Gracias a Aymará Lorenzo, que nos hace llegar esta información importantísima para el mundo del vino en nuestro país y qué más agradable que contar con la presencia del polifacético argentino Miguel Brascó, quien estaré presente en el evento El Vino Toma Caracas.
Consagrarse a los placeres de la buena mesa y, los no menos epicúreos, a los vinícolas exige, cuando no compele, viajar de la ceca a la Meca, de Oriente a Occidente, ir al timbo y regresar del tambo para no sólo olisquear aliñes sino también para meterle el dedo a cuanta olla arda sobre un fogón. Lo mismo sucede con el vino, mientras se beba más entrega y conocimiento. Una probadita acá y otra por acullá para educar y sazonar a la memoria gustativa. De eso bien sabe el trotamundos Miguel Brascó quien por invitación de la importadora y distribuidora de vinos y aceites argentinos, Productos del Sur I, levará anclas de su Buenos Aires querido para encallar en las arenas del Centro Comercial San Ignacio los días en que se celebrará la sexta edición de El vino toma Caracas.
En esta oportunidad Productos del Sur I funge de visa o pasaporte exclusivo para que el escritor y dibujante bonaerense derroche en suelo patrio gracias y simpatías. Comandará bien armado de cuchillo y sacacorchos una suculenta cata que discurrirá entre aceites de olivas de Chilecito y caldos mendocinos. El blasón de los vinos de Fincha Flichman se ensalzará en la velada en la que se invocará el espíritu de Baco.
Brascó, amenizará el encuentro "Los placeres de la uva, los enigmas de la oliva" con picarescas disquisiciones que retratarán la actitud del mediterráneo y el anglosajón a la hora de empinar el codo. “Existen flagrantes diferencias entre la cultura anglosajona y la mediterránea. Ambas han influido a la hora de sentarse en una mesa para paladear un vaso de vino u otro alcohol. Por ejemplo, el vino para el hombre mediterráneo es parte de su dieta. Lo degusta no sólo para pasar el bocado que se lleva a la boca, sino también para alegrar la comida sin emborrachase”, diserta con dejo magistral como si fuera un profesor con toga y pizarrón y continúa: “por su parte, el anglosajón gusta del whisky, por nombrar un licor, para intoxicarse antes de atacar el plato.”, suelta con ponzoña su diatriba y no le hace guiños a la idea.
Brascó marca distancia, casi de cadete, entre unos y otros. “El latino se preocupa menos del personal trainer y del desarrollo de la panza, mientras que el sajón se mata horas en un gimnasio porque sabe que su dieta es más rica en malas grasas y calorías”, se mofa y agrade que Argentina haya heredado por su historia colonial y composición demográfica —la raigambre se profundiza” — los usos y gustos mediterráneos —las migraciones de italianos, españoles, entre otros, en las postrimerías del siglo XIX y principios del XX a suelo porteño así lo refrendan.
Consagrarse a los placeres de la buena mesa y, los no menos epicúreos, a los vinícolas exige, cuando no compele, viajar de la ceca a la Meca, de Oriente a Occidente, ir al timbo y regresar del tambo para no sólo olisquear aliñes sino también para meterle el dedo a cuanta olla arda sobre un fogón. Lo mismo sucede con el vino, mientras se beba más entrega y conocimiento. Una probadita acá y otra por acullá para educar y sazonar a la memoria gustativa. De eso bien sabe el trotamundos Miguel Brascó quien por invitación de la importadora y distribuidora de vinos y aceites argentinos, Productos del Sur I, levará anclas de su Buenos Aires querido para encallar en las arenas del Centro Comercial San Ignacio los días en que se celebrará la sexta edición de El vino toma Caracas.
En esta oportunidad Productos del Sur I funge de visa o pasaporte exclusivo para que el escritor y dibujante bonaerense derroche en suelo patrio gracias y simpatías. Comandará bien armado de cuchillo y sacacorchos una suculenta cata que discurrirá entre aceites de olivas de Chilecito y caldos mendocinos. El blasón de los vinos de Fincha Flichman se ensalzará en la velada en la que se invocará el espíritu de Baco.
Brascó, amenizará el encuentro "Los placeres de la uva, los enigmas de la oliva" con picarescas disquisiciones que retratarán la actitud del mediterráneo y el anglosajón a la hora de empinar el codo. “Existen flagrantes diferencias entre la cultura anglosajona y la mediterránea. Ambas han influido a la hora de sentarse en una mesa para paladear un vaso de vino u otro alcohol. Por ejemplo, el vino para el hombre mediterráneo es parte de su dieta. Lo degusta no sólo para pasar el bocado que se lleva a la boca, sino también para alegrar la comida sin emborrachase”, diserta con dejo magistral como si fuera un profesor con toga y pizarrón y continúa: “por su parte, el anglosajón gusta del whisky, por nombrar un licor, para intoxicarse antes de atacar el plato.”, suelta con ponzoña su diatriba y no le hace guiños a la idea.
Brascó marca distancia, casi de cadete, entre unos y otros. “El latino se preocupa menos del personal trainer y del desarrollo de la panza, mientras que el sajón se mata horas en un gimnasio porque sabe que su dieta es más rica en malas grasas y calorías”, se mofa y agrade que Argentina haya heredado por su historia colonial y composición demográfica —la raigambre se profundiza” — los usos y gustos mediterráneos —las migraciones de italianos, españoles, entre otros, en las postrimerías del siglo XIX y principios del XX a suelo porteño así lo refrendan.
1 comentarios:
Los ingleses no saben comer. Sólo hay que entrar en un fish&chips
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